Atín Aya (Sevilla, 1955-2007), sevillano de ascendencia navarra con la que siempre se sintió muy vinculado, como demuestra su afición a correr sanfermines durante años, ocupa un espacio muy particular en la fotografía española contemporánea. Instruido en todas las formas de apuntar con una cámara, de su experiencia como reportero gráfico adquirió el instinto para la caza, el sentido de la oportunidad, la virtud de sacar partido a cualquier motivo en las más variadas circunstancias. Dotado de una técnica exquisita, abandonó el fotoperiodismo para dedicarse a trabajos personales en la mejor tradición de la fotografía documental. En su interés por gentes sencillas de vida exigente alcanzó una profundidad conmovedora a través de una mirada moderna y perspicaz, por la que no pasa el tiempo. Su sentido de la composición, despojada de artificio, recuerda en ocasiones la naturalidad de orden superior de clásicos de la pintura.
En este sentido conviene recordar el texto que le dedicó Ignacio Camacho al que fuera su compañero en Diario 16 de Andalucía: “Te plantabas con él delante de una escena, de una situación, de un personaje, y él lo veía de un modo diferente, personalísimo, especial, que luego aparecía plasmado en una imagen de claridad demoledora, intensa de claroscuros, esculpida de luz y de matices que captaban la profundidad insondable de los caracteres, de las actitudes, de los momentos”. (Escultor de luces, ABC 2007).